martes, 25 de febrero de 2014
lunes, 24 de febrero de 2014
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DON QUIJOTE DE LA MANCHA
AL DUQUE DE BEJAR, marqués de
Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de la Puebla de Alcocer,
señor de las Villas de Capilla, Curiel y Burguillos.
En fe del buen acogimiento y honra que
hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como Príncipe tan inclinado a
favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al
servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz el INGENIOSO
HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra
Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le
reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de
aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas
las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer
seguramente en el juicio de algunos, que no conteniéndose en los límites de su
ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos:
que poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío
que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.
Que trata de la condición y
ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre
no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en
astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más
vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados,
lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las
tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de
velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre
semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que
pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de
campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la
edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco
de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir
que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna
diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas
verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a
nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la
verdad.
Que trata de la primera salida
que de su tierra hizo el ingenioso D. Quijote
Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso
aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la
falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios
que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos
que mejorar, y deudas que satisfacer; y así, sin dar parte a persona alguna de
su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día (que era uno
de los calurosos del mes de Julio), se armó de todas sus armas, subió sobre
Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y
por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y
alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas
apenas se vió en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que
por poco le hiciera dejar la comenzada empresa: y fue que le vino a la memoria
que no era armado caballero, y que, conforme a la ley de caballería, ni podía
ni debía tomar armas con ningún caballero; y puesto qeu lo fuera, había de
llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que
por su esfuerzo la ganase.
Donde se cuenta la graciosa
manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero.
Y así, fatigado de este pensamiento,
abrevió su venteril y limitada cena, la cual acabada llamó al ventero, y
encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él,
diciéndole, no me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que
la vuestra cortesía, me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en
alabanza vuestra y en pro del género humano. El ventero que vió a su huésped a
sus pies, y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándole, sin saber qué
hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase; y jamás quiso, hasta
que le hubo de decir que él le otorgaba el don que le pedía. No esperaba yo
menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío, respondió D. Quijote; y así
os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido
otorgado, es que mañana, en aquel día, me habéis de armar caballero, y esta
noche en la capilla de este vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como
tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por
todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras en pro de los
menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes,
como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado. El ventero, que como
está dicho, era un poco socarrón, y ya tenía algunos barruntos de la falta de
juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oír semejantes razones,
y por tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor; así le dijo
que andaba muy acertado en lo qeu deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era
propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía, y como su
gallarda presencia mostraba, y que él ansimesmo, en los años de su mocedad se
había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo
buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los percheles de Málaga, islas
de Riarán, compás de Sevilla, azoguejo de Segovia, la olivera de Valencia,
rondilla de Granada, playa de Sanlúcar, potro de Córdoba, y las ventillas de
Toledo, y otras diversas partes donde había ejercitado la ligereza de sus pies
y sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas,
deshaciendo algunas doncellas, y engañando a muchos pupilos, y finalmente,
dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España;
y que a lo último se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía
con toda su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros
andantes de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha
afición que les tenía, y porque partiesen con él de su shaberes en pago de su
buen deseo. Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna
donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo;
pero en caso de necesidad él sabía que se podían velar donde quiera, y que
aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana,
siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias de manera que él quedase
armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser más en el mundo.
Preguntóle si traía dineros: respondió Don Quijote que no traía blanca, porque
él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno
los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba: que puesto caso que
en las historias no se escribía, por haberles parecido a los autores de ellas
que no era menester escribir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse,
como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había de creer que no los
trajeron; y así tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros
andantes (de que tantos libros están llenos y atestados) llevaban bien erradas
las bolsas por lo que pudiese sucederles, y que asimismo llevaban camisas y una
arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recibían, porque
no todas veces en los campos y desiertos, donde se combatían y salían heridos,
había quien los curase, si ya no era que tenían algún sabio encantador por
amigo que luego los socorría, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna
doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud, que en gustando
alguna gota de ella, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas,
como si mal alguno no hubiesen tenido; mas que en tanto que esto no hubiese,
tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen
proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos
para curarse; y cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos
(que eran pocas y raras veces), ellos mismos lo llevaban todo en unas alforjas
muy sutiles, que casi no se parecían a las ancas del caballo, como que era otra
cosa de más importancia; porque no siendo por ocasión semejante, esto de llevar
alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba
por consejo (pues aún se lo podía mandar como a su ahijado, que tan presto lo
había de ser), que no caminase de allí adelante sn dineros y sin las
prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos
se pensase. Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda
puntualidad; y así se dió luego orden como velase las armas en un corral
grande, que a un lado de la venta estaba, y recogiéndolas Don Quijote todas,
las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embrazando su adarga,
asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la
pila; y cuando comenzó el paseo, comenzaba a cerrar la noche.
De lo que le sucedió a nuestro
caballero cuando salió de la venta
La del alba sería cuando Don Quijote salió
de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado
caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole
a la memoria los consejos de su huésped acerca de las prevenciones tan necesarias
que había de llevar consigo, en especial la de los dineros y camisas, determinó
volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de
recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a
propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió
a Rocinante hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta
gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo. No había
andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un
bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se
quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: gracias doy al cielo por la
merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda
cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis
buenos deseos: estas voces sin duda son de algún menesteroso o menesterosa, que
ha menester mi favor y ayuda: y volviendo las riendas encaminó a Rocinante
hacia donde le pareció que las voces salían; y a pocos pasos que entró por el
bosque, vió atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo
de medio cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba y
no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador
de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque
decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: no lo haré
otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo
prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato. Y viendo Don Quijote
lo que pasaba, con voz airada dijo: descortés caballero, mal parece tomaros con
quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza,
(que también tenía una lanza arrimada a la encina, adonde estaba arrendada la
yegua) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.
Donde se prosigue la narración
de la desgracia de nuestro caballero
Viendo, pues, que en efecto no podía menearse,
acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún paso de sus
libros, y trájole su cólera a la memoria aquel de Baldovinos y del marqués de
Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montaña... historia sabida de los
niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de viejos, y con todo
esto no más verdadera que los milagros de Mahoma. Esta, pues, le pareció a él
que le venía de molde para el paso en que se hallaba, y así con muestras de
grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra, y a decir con debilitado
aliento lo mismo que dicen decía el herido caballero del bosque:
¿Donde estáis, señora mía,
que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal.
Y de esta manera fue prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que dicen:
Oh noble marquás de Mantua,
mi tío y señor Carnal.
Del donoso y grande escrutinio
que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo
El cual aún todavía dormía. Pidió las
llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y
ella se las dió de muy buena gana. Entraron dentro todos, y el ama con ellos, y
hallaron más de cien cuerpos de libros grandes muy bien encuadernados, y otros
pequeños; y así como el ama los vió, volvióse a salir del aposento con gran
priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:
tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún
encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena de la
que les queremos dar echándolos del mundo.
De la segunda salida de
nuestro buen caballero D. Quijote de la Mancha
Estando en esto, comenzó a dar voces Don
Quijote, diciendo: aquí, aquí, valerosos caballeros, aquí es menester mostrar
la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del
torneo. Por acudir a este ruido y estruendo no se pasó adelante con el
escrutinio de los demás libros que quedaban, y así se cree que fueron al fuego
sin ser vistos ni oídos, la Carolea y León
de España, con los Hechos
del emperador, compuestos por don Luis de Avila, que
sin duda debían de estar entre los que quedaban, y quizá, si el cura los viera,
no pasaran por tan rigurosa sentencia. Cuando llegaron a Don Quijote, ya él
estaba levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando
cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca
hubiera dormido. Abrazáronse con él, y por fuerza le volvieron al lecho; y
después que hubo sosegado un poco, volviéndose a hablar con el cura, le dijo:
por cierto, señor Arzobispo Turpin, que es gran mengua de los que nos llamamos
doce Pares dejar tan sin más ni más llevar la victoria de este torneo a los
caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez, en los
tres días antecedentes. Calle vuestra merced, señor compadre, dijo el cura, que
Dios será servido que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane
mañaa; y atienda vuestra merced a su salud por ahora, que me parece que debe de
estar demasiadamente cansado, si ya no es que está mal ferido. Ferido no, dijo
Don Quijote; pero molido y quebrantado no hay duda en ello, porque aquel
astardo de don Roldán me ha molido a palos con el tronco de una encina, y todo
de envidia, porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentías; mas no me
llamaría yo Reinaldos de Montalbán, si en levantándome de este lecho no me lo
pagare, a pesar de todos sus encantamientos; y por ahora tráigame de yantar,
que sé que es lo que más me hará al caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo.
Hiciéronlo así, diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos
admirados de su locura.
Quijote tuvo en la espantable
y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos
de felice recordación
En esto descubrieron treinta o cuarenta
molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vió, dijo
a su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos
a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o
poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a
todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es
buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la
faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.